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MAURICE RAVEL:

CHANSONS MADÉCASSES (Canciones malgaches)

Letra: ÉVARISTE DE PARNY

Traducción: Laura Virella

I. NAHANDOVE

¡Nahandove, o bella Nahandove!

El ave nocturna ha comenzado sus gritos,

la luna llena brilla sobre mi cabeza

y el rocío incipiente humedece mi cabello.

Ha llegado la hora. ¿Quién te retrasará,

Nahandove, o bella Nahandove?

 

El lecho de hojas está listo;

le he esparcido flores y hierbas aromáticas;

es digno de tus encantos,

Nahandove, ¡o bella Nahandove!                                                                                       

 

Por ahí viene. Distingo la respiración

precipitada de quien camina rápidamente;

aguardo el crujir de la enagua que la envuelve;

¡es ella, es Nahandove, la bella Nahandove!

 

Recupera el aliento, mi joven amiga;

recuéstate sobre mi falda.

¡Qué encantadora tu mirada!

¡Qué vibrante y delicioso el movimiento de tu seno

bajo la mano que lo aprieta! Sonríes,

Nahandove, ¡o bella Nahandove!

 

Tus besos penetran hasta el alma;

tus caricias enardecen mis sentidos;

detente, o moriré,

muerto de deleite,

Nahandove, ¡o bella Nahandove!

 

El placer pasa como un relámpago.

Tu aliento dulce se hace débil,

tus ojos húmedos se entornan,

tu cabeza se inclina con pereza

y tus dotes que transportan se extinguen en la fatiga.

Jamás te has visto más hermosa,

Nahandove, ¡o bella Nahandove!

 

Partes, y yo te ansiaré entre arrepentimiento y deseo.

Te ansiaré hasta esta noche.

Regresarás esta noche,

Nahandove, ¡o bella Nahandove!

II. AUA

¡Aua! ¡Aua!

No fiarse de los blancos,

moradores de la ribera.

 

Desde los tiempos de nuestros padres,

los blancos llegaron a esta isla;

se les dijo: he aquí las tierras,

que sus mujeres las cultiven.

Sean justos, sean nobles

y conviértanse en nuestros hermanos.

 

Los blancos prometieron, no obstante,

hacían atrincheramientos.

Una fortaleza amenazadora se irguió;

el trueno fue encerrado

en las bocas de hierro;

sus sacerdotes pretendieron darnos

un dios que aquí no conocíamos;

finalmente, hablaron de obediencia y esclavitud:

¡Antes la muerte!

La matanza fue larga y terrible;

pero, a pesar del rayo que vomitaban,

y que aplastaba ejércitos enteros,

los exterminamos a todos.

¡No fiarse de los blancos!

 

Vimos nuevos tiranos,

más fuertes y en mayores números,                                                                             

plantar sus pabellones en la orilla:

el cielo combatió por nosotros;

hizo caer sobre ellos las lluvias,

las tempestades y los vientos envenenados.

Han cesado de existir, y nosotros vivimos en libertad.

 

¡Aua! ¡Aua!

No fiarse de los blancos,

moradores de la ribera.

III. QUÉ AMENO

Qué ameno es acostarse cuando hace calor bajo un árbol frondoso y esperar a que la brisa del atardecer traiga consigo el frescor.

 

Mujeres, acérquense. Mientras reposo aquí bajo un árbol frondoso, diviértanme el oído con sus cantos duraderos. Repitan la canción de la joven chica que se trenza el cabello, o que se sienta cerca del arroz a espantar a los pájaros voraces.

 

La melodía le agrada al alma. El baile para mí es casi tan dulce como un beso. Que sus pasos sean lentos; que imiten las posturas del placer y del deleite sin reservas.

 

La brisa nocturna comienza a soplar; la luna, a brillar a través de los árboles de la montaña. Vayan y preparen la cena.

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